Un día Vitruvia publicó este post «Buzón de sugerencias» pedía un tema y un día en los comentarios, yo puse un relato sobre la última vez que subió a una montaña y día hoy.
Cumplidora, le salio este relato, escrito con el corazón.
Gracias Vitruvia
Deseo de Eifonso
«Esta semana he estado cumpliendo deseos. Ha habido deseos con los que he disfrutado mucho, otros con los que he disfrutado menos, pero sin duda alguna me quedo con el de hoy. No solo porque Eifonso me propusiera algo que me permite ser de nuevo yo misma, que tambien, sino por lo especial del tema para mí.
La última vez que subí a una montaña fue este verano. Hasta ese día, tenía una cuenta pendiente con mis sentimientos. Y la saldé, la saldé hasta creer morir de “ledicia”, que se dice en mi tierra.
Fuimos toda la familia a comer al Faro. El faro es mi referente cuando recuerdo los buenos momentos vividos con mi padre. Es el decorado de su inexistente infancia, y es el lugar en el que mayor transformación sufren las facciones de su cara. Casi se puede adivinar el niño que, en la Galicia más pobre de la posguerra, nunca pudo ser.
Hay en mi mente un recuerdo, que es el preferido de todos los que pueda tener de mi niñez. Sé, casi a ciencia cierta, que no es el recuerdo de algo rigurosamente vivido, sino que lo he ido moldeando en mi mente con lo que una y otra vez cuenta mi madre. Ella siempre dice que mi padre ascedió por determinada pared del faro conmigo subida en sus espaldas, cuando solo tenía tres o cuatro añitos. Cuenta que mi padre siempre admiró mi valentía, que ese día se quitó los zapatos para que los calcetines se agarrasen bien a la piedra, se me echó a sus espaldas y que entramos en el corazón del Faro, donde está “La piedra que toca”, cuyo sonido puede oirse a 50 km de distancia.
Han pasado 30 años y he llevado a cabo mi necesidad de regresar a ”La piedra que toca” de la mano de mi padre, por que si él no hubiese sido mi guía no hubiera vuelto jamás, quedando mi cuenta pendiente y mi alma rasgada.
Como digo, este verano fuimos todos, y contrasté mi recuerdo con la realidad, pero no fue algo traumático, fue más bien una transición amable entre mi pasado y mi presente.
Me costó dios y ayuda superar mi claustrofobia para arrastrar mi cuerpo al interior de aquella roca, por una ventana que yo recordaba inmensa, y por la que apenas cupe. Una vez dentro me arrimé a un rincón para ver como mi padre hacía sonar “La piedra que toca”, que no es más que una roca plana mal apoyada en otras rocas, y a la que te puedes subir de pié y emular así a algun loco equilibrista. No fue más que un minuto, pero para mi se detuvo el tiempo, instante mágico adherido ya por siglos a aquellas paredes inmortales. Este es ahora mi segundo recuerdo favorito, que no sustituirá jamás al recuerdo primario, sino que lo complementa perfectamente, necesariamente.
Y tengo además un recordatorio palpable: en la maniobra de entrar a ras de suelo por aquel agujero, rayé las gafas de sol que llevaba metidas en el cinturón, a mi espalda. Boss quiere que me compre unas gafas nuevas, pero en su interior sabe que no me convencerá nunca. «
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